lunes, 14 de octubre de 2013

"La cultura responde".

#villaverderepublicano - Queremos compartir con vosotros dos repuestas que desde el mundo del cine se han dado ante las declaraciones del Ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, quien ha afirmado que la crisis del cine español viene motivada por la calidad de las películas y no del aumento del IVA:


Señor ministro de Hacienda y Administraciones Públicas,

Debido a sus recientes declaraciones en las que manifestaba que la crisis del cine se debía, entre otros factores a la calidad del cine español, queremos mandarle estas líneas para contarle lo que opinamos quienes trabajamos en el cine español.

No vamos a hablarle de cuestiones tan importantes como la economía del cine, tan maltratada por el Gobierno al cual usted pertenece, ni de otros muchos temas que afectan a la industria cinematográfica. Queremos simplemente exponerle lo que sinceramente pensamos sobre nuestro cine.

Al cabo del año somos los responsables de las más o menos 200 películas que se producen en España. Entre ellas, como en todas las cinematografías del mundo hay películas malas, regulares, buenas, muy buenas e incluso algunas excelentes, y de estas últimas muchas por descubrir, pues es bien sabido que toda obra maestra es un hijo que no se bautiza hasta la muerte del padre. Por supuesto que la intención de todos aquellos que participan en una película es la de hacer un producto cultural (e incluso de entretenimiento) que goce del favor del público al que va destinado, e incluso de aquello que se conoce como crítica.

Y mire usted, en términos generales nos sentimos razonablemente satisfechos con el cine español. Bien es cierto que somos conscientes de que un sector de nuestra sociedad lo rechaza de forma visceral, que no racional. Son aquellos que abominan del cine español que no ven. Y la pregunta es obvia: ¿cómo puedes rechazar aquello que no has visto? Indudablemente para ello no hay respuesta posible. Por lo tanto, debemos de dirigirnos a quienes lo ven y a quienes lo juzgan.

Resulta que nuestro cine es muy bien valorado fuera de nuestras fronteras, donde tiene una presencia cada vez mayor –véase el auge de nuestras exportaciones– y de los certámenes internacionales en los que está siempre presente y, en muchos casos, es reconocido con los más importantes galardones.

Somos plenamente conscientes de que no siempre podemos manifestarnos con nuestro trabajo como queremos, pero sí asumimos la total responsabilidad de lo que somos. Y la verdad es que, sin falsas modestias, nos sentimos orgullosos. Nuestros actores, nuestros técnicos, nuestros directores, nuestros guionistas, nuestros profesionales en todas las ramas son reconocidos y valorados en su justa medida allá donde se exhiben nuestras obras. Y moral y profesionalmente nos sentimos fuertes, eso sí con un amargo sentimiento de que se nos valora más fuera que dentro de nuestras fronteras, donde ese sector visceral tiene gran fuerza mediática e incluso, lo que es mucho peor, en el poder político. Bien es cierto que no buscamos solamente el aplauso, pues quien sólo busca eso pone su porvenir y su creatividad en manos ajenas.

Por todas las declaraciones que hasta la fecha ha hecho usted sobre el cine español y quienes lo hacemos, nos da la sensación, ojalá equivocada, de que usted pertenece a ese sector que sin argumentos racionales desprecia y deslegitima nuestro trabajo.

Pero la verdad es la que es, y tan sólo se inventa la mentira. Cuando el poder te es injustamente adverso hay poca justicia, y donde hay poca justicia es muy peligroso defender la razón.

Nosotros anhelamos un buen futuro para el cine español y por ello nos gustaría olvidarnos de lo que ha sucedido, o de lo que sucede, pues el pasado se puede lamentar pero es imposible rehacerlo. Y nuestra profesión, que en muchos casos tiene un gran componente artístico, seguirá estando en continuo movimiento, ignorando a quienes creyéndose en posesión de la verdad absoluta, cuando tratan de demostrarlo, no aciertan jamás.

Por eso nos dan pena y congoja sus declaraciones sobre nuestro colectivo y, aunque es muy importante escucharle, nos da sinceramente mucho miedo averiguar la verdad de lo que usted piensa.

Somos en gran medida dueños de nuestro futuro y sabemos que el porvenir no es lo que venga sino lo que seamos capaces de hacer y créanos que, pese a todos los obstáculos que está usted poniendo para nuestro desarrollo, vamos a ser capaces, tal y como lo estamos haciendo en las precarias condiciones actuales, de tener un claro futuro.

Perdone que le recordemos con todos nuestros respetos señor Ministro, que usted como los yogures, tiene fecha de caducidad. La creatividad no. Pese a todo, como dijo Machado: “hoy es siempre todavía y ayer es nunca jamás”.

Y no queremos ocupar más su tiempo, si ha tenido la amabilidad de leer esta carta, pero permítanos que le demos un consejo: relájese que los calentones son muy perjudiciales en política y en la vida en general, y acuda al cine a ver una película, incluso española. Mire por donde en la cartelera actual hay 4 ó 5 películas españolas en lo más alto del ranking, muy diversas todas ellas, y por poco más de 6 euros le harán pasar un rato inolvidable.

Suyos afectivamente,

Junta Directiva de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España

*          *          *

2. Cine español. La extinción
(por Pedro Almodóvar).

Hace pocos días el ministro Cristóbal Montoro descalificaba al cine español y le culpaba, por su baja calidad, del desplome de la asistencia a las salas y del cierre de muchas de ellas, a la vez que reafirmaba la inocencia del aumento del IVA. Alguien debería decirle a este ministro y a su compañero José Ignacio Wert que en Francia el IVA cultural está en el 7% y que el año próximo lo bajarán al 5%; que en Italia es del 10% y en Alemania del 11% frente al 21% en España. Pero todo sea por recaudar más.

Pocas horas después de las declaraciones del Sr. Montoro en el programa Hoy por hoy, los medios de comunicación las rebatieron utilizando datos accesibles para todo el mundo (que el ministro demostraba desconocer), según los cuales el recorte actual al cine español provocaría impagos a películas ya garantizados por el propio Estado a través del Instituto de Crédito Oficial (ICO), al amparo de la Ley del Cine de 2007, actualmente en vigor, lo cual supondría un auténtico desastre sistémico que afectaría a entidades financieras, empresas de producción y entidades públicas de crédito. En fin, el horror. Al día siguiente alguien del Instituto de Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), o de Cultura, o de su propio ministerio de Hacienda, le diría que había metido la pata y el Sr. Montoro se desdijo. A mí esto no me tranquiliza, al contrario, me pregunto si los criterios que el Gobierno ha seguido para recortar en sectores vitales como sanidad, enseñanza, dependencia, etc. son tan carentes de fundamento como los que afectan al sector cinematográfico.

El Sr. Montoro, el Sr. Wert y, en general, todo el Gobierno, deberían sentirse frustrados al comprobar que lo que recaudarán por taquilla, después del brutal aumento del IVA, es sensiblemente menos que antes de adoptar esta medida. En una crisis como la que vivimos, el cine no es un artículo de primera necesidad, es algo de lo que las familias pueden prescindir aunque sus vidas sean mucho más tristes y menos emocionantes.

Se han cumplido todas las previsiones que se hicieron cuando se anunció la subida (que la gente dejaría de ir al cine, que muchas salas cerrarían) excepto las del Gobierno de aumentar sus recaudaciones de impuestos: esas no se han cumplido. En Madrid, por ejemplo, hay barrios tan populosos como Cuatro Caminos cuyos vecinos no disponen de ningún cine, y ciudades muy cinéfilas como Zaragoza están condenadas a ver cine doblado porque los de versión subtitulada han cerrado. Si el resultado niega sus previsiones, ¿por qué los ministros del sector, y el Gobierno en general, se muestran tan eufóricos? Solo se me ocurre una respuesta: porque están castigando al cine español hasta que no quede nada de él. Porque todo esto obedece a un riguroso plan de exterminio.

El año 2003 el cine español se manifestó con ingenio y rotundamente contra la guerra de Irak y contra el ardor bélico de Aznar y acabó granjeándose la hostilidad de los sucesivos gobiernos del PP. No importa que el 90% de los españoles estuvieran en contra de la guerra, como demostraron en las calles de todo el país. En contra de la mayoría del pueblo al que representaba, el Sr. Aznar se embarcó en la guerra de Irak a título personal, arrastrando a todo el país con él, desgraciadamente para nosotros. Perdón por recurrir a circunstancias por todos conocidas, pero es necesario insistir en ellas. Desde nuestro “No a la guerra”, el cine español se convirtió en la bestia negra de los gobiernos del PP. Los recortes y el desprecio actual son el resultado de aquel “No”, del que nunca me arrepentiré aunque no quede un solo cine abierto.

Cuando escucho en alguna tertulia televisiva que los trabajadores de la cultura no deberíamos manifestar nuestras ideas políticas (sin embargo el presidente del Tribunal Constitucional pudo estar afiliado al PP, algo que incluso la señora Margarita Robles encuentra correcto) me entran escalofríos. ¿Significa eso que no tenemos los mismos derechos que cualquier ciudadano a expresar lo que pensamos? Como nos dedicamos a la ficción, ¿nuestra vida debería ser y sonar también irreal?

Todo el mundo habrá visto alguna foto de Bruce Springsteen dando conciertos en apoyo de Obama, o a George Clooney dejándose esposar justo para que su foto recorra el mundo entero y de paso nos enteremos de los problemas de Darfur. ¿Alguien pensará que estas dos megaestrellas han perdido un solo admirador por sus implicaciones políticas? Manifestarse sobre temas políticos debería entenderse como un acto cívico y un síntoma de salud democrática, lo contrario evoca épocas pasadas dominadas por el pensamiento único y donde cualquier otra forma de pensamiento se consideraba delito y por lo tanto se castigaba.

Pero volviendo a Montoro, un personaje que improvisa mucho y sin el menor pudor, el problema no es que los espectadores no vayan a ver cine patrio, sino que han dejado de ir al cine. Entre estos espectadores menguantes un gran porcentaje elige justamente ver películas españolas. Si echara un vistazo a las 10 películas más taquilleras de la semana pasada encontraría que ¡CUATRO son españolas! El problema no es del cine español, sino que afecta a todas las cinematografías. Es cierto que vivimos una nueva era, cuyos hábitos respecto al ocio han cambiado, pero en Francia viven en la misma era que nosotros y la gente sigue yendo al cine.

Las películas americanas, antiguas dueñas del mercado español, hacen la mitad de espectadores que cinco años antes. Por poner un ejemplo, si El Hormiguero quiere contar con una estrella norteamericana para su programa, aprovechando la promoción en España de alguna superproducción de Hollywood, tiene que desplazarse a Londres, porque España ya no es un mercado interesante para los grandes estudios. 

Pero más allá de las cifras y del negocio y de la supervivencia de todo un tejido social que va desde los actores, directores, guionistas, peluqueros, maquilladores, sastras, chóferes, escayolistas, pintores… todo un mundo, más allá de tanta destrucción hay algo que me perturba cuando una sala de cine se cierra. Soy un chico de provincias. En el mundo en que vivía las películas nos daban vida. Hay un tipo de fascinación, placer y emoción que se le está arrebatando a muchos espectadores que no pueden ir al cine. Pueden bajarse las películas de Internet, pueden comprarlas o piratearlas, sus dosis necesarias de ficción probablemente estén cubiertas, pero el poder de hipnosis que tiene la gran pantalla no es comparable a ningún otro formato. No concibo qué hubiera sido de mi vida si hubiera tenido que racionarme el cine (y no lo digo porque después me convirtiera en director); para la modista donde mis hermanas iban a aprender a coser también era esencial, y para todas las compañeras de mis hermanas; para los amigos raros del colegio que solo encontraban reflejo en esas películas raras que ahora muy pocos distribuidores compran porque no disponen de una red de cines donde exhibirlas (además del miedo a que nadie vaya a verlas); para todos ellos el cine era algo esencial. El cine es vida, una vida secreta que alienta, acompaña, reafirma y sacude de emoción al espectador. Amputar esta emoción considero que es lo peor de todo esto. 

Actualmente, por superabundancia y abuso, la narración a base de imágenes en movimiento acompañadas de sonidos está muy devaluada. Para la mayoría de los jóvenes no es vital ir al cine, poseen multitud de aparatos con los que divertirse y relacionarse entre ellos, pero conozco algunos jóvenes tocados por la terrible enfermedad de la cinefilia. Para todos ellos y muchos otros de generaciones adultas, también cinéfilas, estas medidas no solo recortan su economía sino que les hacen sentirse desahuciados de sí mismos. 

Si el Sr. Montoro leyera este texto, que no creo, supongo que pensará que está escrito en chino.

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